La tilapia, el bagre, la carpa, el black bass y la trucha arcoíris son los peces más consumidos en el sur de Chihuahua debido a que se producen en municipios como Valle de Zaragoza y Guachochi. Sin embargo, la falta de lluvias que afecta a las presas y ríos está poniendo en riesgo la biodiversidad acuática de la región, así como las ventas de decenas de pescadores.
El viento, casi invisible, acaricia las aguas turbias del río, pero la quietud que envuelve el paisaje es más profunda de lo que se ve. La vida, antaño vibrante y abundante, parece estar perdiendo terreno ante una crisis silenciosa: la sequía. No es sólo el mercado de los pescadores el que se ve afectado, sino también la propia estructura de la naturaleza.
El silencio de la naturaleza: la crisis de Guachochi
Guachochi no llora. No se oye. No tiene lágrimas porque la lluvia ha dejado de venir. No es sólo el agua lo que falta: es la vida. Una ausencia. Una herida honda que cruza los estanques como un cuchillo invisible. Allá, entre montañas que aún presumen su verde encendido, los criaderos de trucha sobreviven en silencio. El silencio más triste que hay: el que viene de un río que ha dejado de correr.
Miguel Banda, biólogo y titular de Acuicultura y Pesca del gobierno de Guachochi, habla con serenidad. Cada frase que pronuncia carga el tono de quien lleva años midiendo el deterioro en gramos, en litros, en grados centígrados. La ciencia también es testigo de un crimen sin culpables visibles.
“Principalmente lo que es la piscicultura en el estado…”, comienza a explicar. Habla de especies de agua dulce: trucha arcoíris en la zona fría, tilapia, bagre, carpa… peces que resisten, aunque sus días se acortan como las tardes de invierno.
El impacto de la sequía sobre la producción de trucha
La trucha es un pez que necesita agua abundante y limpia, corriendo. Es un pez que no tolera el calor extremo, la estancación, la indiferencia del clima. Y el clima ya no perdona.
Banda confiesa que la producción “sí ha ido disminuyendo… como un 25%, un 30% más o menos sí ha mermado”. En Guachochi, la acuicultura no es sólo una forma de producción: es una forma de vida. No se trata de salir con una caña de pescar y esperar suerte. Es una rutina estructurada, una cadena que comienza con la incubación del huevo, la cría y termina con la trucha vendida en el mercado.
“La mayoría de los productores tienen en sus predios instalaciones para poderlas cultivar”, comenta el funcionario, haciendo referencia a la infraestructura y la inversión que hay detrás. Pero la pregunta que pesa es: ¿cómo se cultiva sin agua?
Años atrás, cuando todo parecía en equilibrio, Guachochi producía hasta 120 toneladas anuales de trucha. Hoy, apenas alcanzan las 70 u 80. El año pasado, apenas lograron 60. Un descenso brutal. Un 50% menos. Como si en una familia la mitad de sus miembros desapareciera sin aviso.
Además del flujo de agua, la temperatura también influye mucho. La oxigenación del agua y el aumento de temperatura nos han afectado. Hemos vivido situaciones extraordinarias. Por ejemplo, el año pasado en la sierra se llegaron a registrar temperaturas de hasta 30 grados, algo inusual para nuestra región, donde normalmente no pasamos de los 25 o 26 grados.

La sequía afecta a los pescadores de Valle de Zaragoza
Mientras en Guachochi luchan por mantener viva la acuicultura organizada, en Valle de Zaragoza los pescadores resisten de otra manera. Allá no hay estanques controlados, sino ríos y presas que se están quedando sin respiración.
En esos cuerpos de agua se capturan carpas que se venden a precios tan bajos que insultan al esfuerzo: veinte pesos el pescado. Imposible pensar en ganancias, cuando producir un kilo cuesta al menos sesenta. Pero se vende. Porque hay que comer. Porque el río todavía da, aunque sea poquito.
Así lo da a conocer Roberto Missael Tarango, representante de una cooperativa de venta de pescado. “Entre menos agua hay, hay menos pescado. Y cuando sube el rebalse, que está a su máxima capacidad, pues sí sacamos más y sale mejor pescado, más grande, y salen más especies. Entonces ahorita sí salen, pero salen pequeños, más chicos que grandes”, relata.
Añade que ello se debe a que el nivel del río está muy bajo. “Está muy raquítico el río. Está muy junto el pescado y nomás sale puro pescado chico. Supuestamente decían los viejos de antes que el pescado grande no necesitaba menearse porque como hay mucha cría, pues ahí está parado y come. Según ellos, es por eso.”
La estrategia ahora es soltar los peces pequeños para no afectar la reproducción: “Sale más el chiquito y ese lo soltamos todo, para que se sigan reproduciendo y en un tiempo futuro crezcan. Para no matar a la gallina de los huevos de oro, como dicen.”
Actualmente, “la carpa está en 23 pesos y la mojarra está en 46 pesos. El Black Bass es más caro, anda en 90, pero ahorita no hay por la veda. El azul está a 50, pero también está en veda por tres meses. Ahorita estamos nomás con pura carpa y mojarra, pura tilapia”, así lo explica Tarango.
En años pasados, recuerda, se llevaban hasta 300 o 400 kilos por embarque. “La mojarra salía a 35 o 40 pesos, y la carpa en 18 o 20 pesos. Ahorita estamos en un precio bueno, a 23 pesos, pero nomás pasan 2 o 3 semanas y baja todo por la Cuaresma. Entonces sí baja a 20 o 18 pesos.”
Además, apunta que el rebalse tiene mucho ensolve: “La Conagua dice que tiene tanto por ciento, pero no miden el ensolve. Miden la cantidad de agua que dicen tener, pero no el ensolve, y eso hace que la cantidad real sea menor.”

Sobre cuánto ensolve hay, detalla: “Hay partes, nosotros que conocemos, que tienen de perdido como unos 10 metros de pura tierra. Es mucho. Si se desazolvara todo eso, le cabría muchísima más agua. Pero los de Conagua nomás dicen: ‘Tiene tanto, ábranle’. Pero no vienen a ver cómo está la presa en realidad.”
A pesar de los esfuerzos, los costos siguen siendo elevados. “Nosotros pagamos nuestro seguro social. Pagamos 2,600 pesos por mes, nomás de puro seguro, más lo que se gasta en gasolina. Y pues en realidad no nos queda nada”, asegura.
Miguel Banda, al respecto, reconoce que hay una diferencia entre una trucha y una carpa, entre el producto de alto valor que ellos cultivan y el esfuerzo de los que salen al río con las manos vacías y regresan con apenas un puñado de peces. “Sí es diferente el tipo de pescado… las condiciones pues es lo que nos eleva el costo”, explica.
La sequía y el desorden climático
El fondo es el mismo: la sequía. La sequía como monstruo silencioso. Como sombra que se alarga desde hace años. Como sentencia que se repite en cada temporada con menos agua.
“Tenemos ya algunos años que la sequía nos ha estado afectando”, dice Banda con un tono que no acusa, pero que tampoco olvida. Porque esto no empezó ayer. Esto es consecuencia.
Y lo peor es que no se trata sólo de peces de cultivo. “Los peces silvestres ya… han estado afectados por estos efectos climáticos”, afirma el biólogo. El hábitat se está transformando y no para bien. “Aparte del clima… todo lo que conlleva el manejo de los recursos naturales ha venido a afectar la vida marina”, agrega.
El precio y la lucha por la supervivencia
La trucha arcoíris, símbolo de pureza y frescura, se está volviendo cada vez más difícil de criar. “Requiere agua circulante, temperatura adecuada, oxigenación…” . Nada de eso está garantizado ahora. Ni en Guachochi, ni en Zaragoza, ni en ninguna parte de este sur chihuahuense que parece olvidado por las lluvias.
Paradójicamente, en Guachochi el precio por kilo se mantiene estable: doscientos pesos el kilo. A veces 210. Mientras en otras partes ya ronda los 300. Pero no es consuelo. Es apenas un respiro. Porque lo que se gana con el precio se pierde con la cantidad. Y no se trata sólo de economía: se trata de cultura, de tradición, de vida.
Banda comenta que el cambio climático ha afectado mucho a los peces silvestres. “Se han visto afectados por la disminución del caudal de ríos y arroyos, y también por el deterioro de los bosques. Todo esto ha impactado sus hábitats. Las condiciones han cambiado, y eso se nota en la vida silvestre en general, no solo en los peces.”
Reconoce que, aunque son actividades distintas, tanto la pesca silvestre como la acuicultura están siendo afectadas por la misma causa: la sequía y el cambio climático. “Exactamente. Todo esto es consecuencia de nuestras propias acciones, no es algo reciente. Ya lo estamos pagando.”
El impacto humano y ambiental: una responsabilidad compartida
Banda lo dice sin rodeos: “Nos ha afectado todo esto. Y por nosotros mismos, que hemos provocado estas situaciones”. La frase se hunde como un anzuelo en aguas turbias. Porque aquí no hay enemigos externos, ni fuerzas desconocidas. El enemigo es el modelo, es la negligencia, es la acumulación de errores humanos.
Los ríos ya no cantan como antes. La biodiversidad acuática no se extingue con estruendo, sino con goteos, con silencios prolongados, con ausencias que no se notan de inmediato. ¿Cuántas especies han desaparecido sin que nadie las nombre? ¿Cuántas generaciones de peces no llegaron a nacer?
Resistir frente a la sequía
Mientras tanto, los pescadores de Valle de Zaragoza y los acuicultores de Guachochi comparten un mismo destino: resistir. Con redes o con tanques, con esperanza o con resignación. Pero resistir. Aunque el agua no venga. Aunque el calor aumente. Aunque la vida se haga cada vez más difícil bajo la superficie.
Porque en esta región del sur de Chihuahua, donde los ríos eran antes el alma de las comunidades, hoy quedan sólo cuerpos de agua heridos, y un puñado de hombres y mujeres que aún creen que se puede salvar lo que queda. Aunque el precio sea alto. Aunque la lucha sea lenta. Aunque el río ya no cante. Porque a veces, resistir es la única forma de no morir del todo.
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